Pobre y humilde, por su esfuerzo rudo
alzó tan alto el luchador su vuelo,
que fue gloria, blasón, bandera, escudo
bajo la curva de su patrio cielo.
Inspira un alto y sin igual respeto
su fe sincera y su saber profundo,
lo mismo cuando enseña el alfabeto
que cuando escribe su genial Facundo.
De pie, fuerte y viril, firme y constante
nunca pidió cuartel, paz, ni sosiego;
nada logra abatir a aquel gigante
pecho de bronce y corazón de fuego.
Si no hubiera más glorias en su vida,
brillará por su acción independiente:
que es Sarmiento una antorcha suspendida
sobre un siglo, una raza, un continente.
Natalio A. Vadell